Una mañana de verano, una montaña, una ruta, y de repente, tras el recodo de un camino y sin previo aviso, de entre la vegetación silvestre, ajeno a todo y a todos, aparece sin previo aviso ,poderoso, un gran caballo blanco.
Nos mira. Le miramos.
-¡Qué extraño encontrar aquí, en este remoto rincon perdido, a este fabuloso animal!, nos decimos.
Seguramente y por la forma en la que nos observa, el piensa lo mismo,-¿qué se les ha perdio a estos por aquí?, parecen decir sus enormes ojos acuosos.
Cargo la cámara e inmortalizo el instante.
Pasado un rato y aun con la extrañeza comentándose en nuestras bocas, seguimos nuestra travesía.
Me recuerda que está en constante cambio, mutando. Así, cada instante avanza dejando tras de sí una historia irrepetible, una esencia que queda atrapada en el entorno, enriqueciéndolo y alimentándolo, construyendo una nueva escena lista para ser contemplada, vivida, disfrutada, por los espectadores de la naturaleza. Nosotros.
Y mientras divago sobre este concepto, me sobrecojo ansioso, deseando expectante, llegar ya al siguiente recodo para descubrir que nueva sorpresas me regalara en la mañana la naturaleza.